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El corazón.


Sumergirse en el mundo del corazón es como penetrar en un intrincado laberinto de complejas sensaciones que tergiversan tanto lo que el hombre siente en realidad en su yo más interior, como las emociones que está percibiendo provenientes del mundo que le rodea.

Al corazón se le educa con las emociones.

El corazón funciona como un órgano autónomo, que, independientemente de la voluntad del individuo, de su comprensión de las cosas que le ocurren, genera una serie de sentimientos de acuerdo a sus propios mecanismos de funcionamiento. Al corazón no se le puede pedir que razone, de la misma manera como no se le puede pedir que sienta al cerebro. Al corazón se le educa no con conceptos sino con emociones; un corazón que ha crecido en medio de los suaves efluvios del amor, aprenderá a emanar estas mismas emociones sin medida y sin descanso, pero un corazón forjado en la fría indiferencia no podrá hablar el lenguaje del cariño y de las caricias.

El corazón es como una delicada flor que cuando siente el invierno cierra sus pétalos y se refugia en lo más interno de su ser, pero cuando siente los tibios rayos solares encarnados en las suaves caricias del amor, abre su corola y deja escapar el perfume de los amores más sublimes que el ser humano puede emanar; y cada corazón tiene una historia diferente, cada corazón ha sido forjado bajo diferentes condiciones de vida, cada corazón, podríamos decir, es como una flor con diferente color y perfume. Decíamos en la sesión anterior que los pensamientos de los seres humanos colorean la percepción que tiene de todo lo que le rodea, déjenme agregar, que el corazón es uno de los órganos que más influye en el coloramiento de las percepciones externas.

Kwan Yin.


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